miércoles, 5 de octubre de 2011

Cabildo

Cabildeos

De ciertos momentos de la infancia y de la adolescencia me fui acordando en San Luis, al bajar del micro para visitar la nueva ciudad en medio del desierto, en una recorrida zapping que se detuvo más de lo previsto en la réplica del Cabildo de Buenos Aires. Verlo, bajo un cielo de uniforme azul, lastimosamente impecable y extendido, con la pirámide enfrente, tan desabastecida de rondas y de palomas,  me arrastró a la época del colegio, Mabel, y al  trabajo que  nos daba delinearlo. La solución había aparecido cuando mi papá nos regaló el libro de simulcop. Y digo nos, porque vos le sacaste más ventaja: dejame a mí primero rogabas y yo me sentía incapaz de ejercer el derecho de propiedad. Por eso mis dibujos siempre fueron de segunda mano, más vacilantes e imprecisos los arcos, más borrosas las tejas del techo.
            El guía nos hacía avanzar con orgullo por los salones del edificio: a los sillones les faltaba el reflejo del tiempo, los bueyes de las carretas lucían escenográficos,  un incómodo patetismo se desprendía de las figuras de cera que remedaban a los miembros de la junta. Saqué  la libreta del bolsillo para anotar algunas ideas y sin querer tomé la carta olvidada por Eduardo en su mesa de luz. La primera vez que la había visto me atravesó  una ráfaga de ternura: estaba escrita en un papel rosa con perfume a sándalo, como las que yo le enviaba en nuestro noviazgo, pero la letra no era la mía.
            Sería recurrente, Mabel, que te cuente lo que decía la carta. Una imagen se impuso a mi desánimo: nos vi jugando al espejo: yo levantaba el brazo derecho, vos el izquierdo; yo movía la pierna izquierda, vos la derecha; tu sonrisa tenía que simular la mía; sendas manos abiertas se unían en el hipotético cristal. Después, cansadas de la parodia, corríamos a hacer los deberes, convencidas del futuro promisorio que prometía el libro de simulcop. Futuro que se agrietó un poquito cuando perdiste la espátula que se pasaba sobre los calcos, justo después de que yo esbozara primero la casa de Tucumán y a vos te quedaran temblequeantes las columnas entorchadas.
            Anacronías, ¿no te parece un título adecuado para la nota que tengo que escribir? Se va a publicar en el suplemento turístico del domingo y  quisiera redondearla con algo más, algo sutil, ingenioso, que tuviera que ver, por ejemplo,  con los vestidos que te comprabas iguales a los míos, con tu fiesta de quince en el mismo salón pero ignoro la relación con este cabildo reluciente que impone al paisaje su magnífica impostura, aunque me parece que ésa sería otra historia, como la que vos estás dispuesta a vivir ahora, convencida de haber dejado atrás los simulacros.