Pandemia: Relatos y poemas
Desconcierto
Tengo
que acomodar, hacer lugar para los textos nuevos, desprenderme de las boletas muy
viejas o de las planillas de trabajo que ya no sirven. Abro entonces los
archivos, pero los papeles se han endurecido tanto que no puedo romperlos. Los
tiro así como vienen, total quién va a leerlos. Lleno bolsas y cajas pero la
cantidad no parece bajar sino más bien reproducirse misteriosamente. Hasta en
la tabla de planchar, fuera de uso
también, hay una novela para leer y un par de anteojos; a la izquierda, un
sillón. En ese rincón luminoso abandono mi historia y entro en la ficción: el
personaje busca un cuadro perdido pero lo que quiere es recuperar el itinerario
de su vida. Demasiado rápido llega la fatiga y dejo la lectura.
Hace meses trato de contar y no puedo: dos, tres ─las horas se han vuelto espesas y
uniformes. Me entrego distraída a los rituales de las comidas. Mezclo, aplano, abro tarros, bajo platos,
cubiertos, enciendo el fuego, el horno, revuelvo, pruebo. Acudo a las recetas
arcaicas, las remozo con lo que está a mano. Antes cuando venía mi nieto era
distinto. Preparaba tartas de verdura, hamburguesas, zanahorias y batatas al
horno. Competíamos por comer los postres de dulce de leche y siempre ganaba él.
Desde los seis meses, los padres me lo encomendaron dos veces por semana─ Fue
duro volver a vincularme con una criatura tan pequeña, tal vez él se daba
cuenta y aprendía rápido el lenguaje. A los dos años le costaba decir la o y la
u, solucionaba las dificultades como podía y yo era ´abelm´ Un día, mi hija trató de ovalarle los labios
para enseñarle a pronunciar, al siguiente él quiso su piano de juguete, pero
sólo sabía decir ´pan´. Ante cada rodaja ofrecida, demostraba su frustración,
hasta que dijo ´pan´y con su manita trató de ovalarse los labios. Yo pensé que
se había atragantado y empecé a golpearle la espalda, mientras él insistía con
su palabra y con su mímica, hasta que me di cuenta de que estaba tratando de
proyectar la ´o´que no podía emitir. Creo que a partir de ahí ya no tuvo
problemas con esas vocales. A los cuatro, los padres lo cambiaron de jardín:
sufrió tanto que lloraba cuando el remise venía a buscarnos para ir a la nueva
escuela. Quiero que se me pase ─decía
secándose las lágrimas, al intuir las razones de los adultos que habían optado
por un colegio menos caro. Esa obstinación en no querer sentirse mal, en
atrapar el lado risueño de la vida, fue conmovedora. En una ocasión, cuando él
tenía un año y medio, yo trataba de
escribir un poema suponiendo que se iba
a entretener con autitos y cubos. Al requerir mi atención, le leí lo que trabajosamente había compuesto.
Atento, él me escuchó y después, con su pequeño caudal, inventó los más
hermosos versos que yo había escuchado, algo así como ´mirá laluna, mamá, papá,
abelm, latía, pan´.
Escribo
esto antes de que los recuerdos se transformen en papeles viejos llenos de
palabras que se van borroneando con la avaricia del tiempo. .
Ahora,
en las pocas ocasiones en que viene un ratito con los padres, trata de
recuperar los espacios perdidos. Quiere jugar a la casita con el acolchado de
la cama y se da un porrazo pero al
encontrar el juego de bloques arma para mí tres robots protectores. Nos
saludamos chocando los codos ─cada
uno sabe por qué─
y reímos. Hay un agujero ahí, que tal vez cierre para dar paso a una cicatriz
rugosa que revela que la vida es ésta, la de deambular por las habitaciones
tratando de poner un orden en la anarquías de inútiles vestidos domingueros, de
polvos y arreboles que diseñan un rostro de esplendor, de postales de museos,
de libros y libros y libros que hablan todos de una vida remota, con abrazos, encuentros y batallas que se
traga, que se va tragando, que se va a tragar la grieta negra de este año
bisiesto y maldito.
Espera
Si florece el jazmín
vendrá una hora
más sosegada
será en abril
cuando apacigüen
este virus coronado
por bosques
exánimes
por animales impuestos
─a
comer noche y día
para crecer rápido
y ser nuestro alimento─
por agonía de
glaciares
y jazmines vulnerados
en las selvas
aún dadores
desde pálidos cobijos
del bálsamo violeta
y la promesa de abrazos
que consuelen
sólo un poco
del tiempo
descascarado
de la pandemia