La intrusa
Acomodó la taza beige en la alacena:
a la derecha, la imagen del cisne en el lago; el asa, a la izquierda. Al lado,
cuidando que no rozara a la primera, una marrón que mostraba la alondra en la
rama del mirto; el asa, igual que la anterior. Jubilosa, acarició en la tercera
–beige- el plumaje blanco y sonrió al pensar ´sedoso´. Así siguió hasta colocar
la docena: todas en simetría. Contó con ímproba satisfacción: beige,
marrón, beige, marrón, beige, marrón, beige, marrón, beige, marrón, beige,
beige. La última le arrancó un “no” agudo que fue decreciendo en sollozo.
En vano que se prometiera reclamar
en la tienda por la mañana. Esa noche no pudo dormir.
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